
El día que decidí escuchar lo que sentía
Por Marisel Zacarias
“No somos máquinas. Somos seres sintientes, y nuestras emociones solo quieren ser escuchadas.”
Querido lector,
Quizás hayas llegado hasta aquí buscando respuestas.
Yo también las he buscado durante mucho tiempo… y creo que aún las sigo buscando.
Sin embargo, en el transcurrir de mi vida, varios eventos me han llevado a encontrarme con la educación emocional.
Para mí, esta no es otra cosa que detenernos a sentir y preguntarnos:
¿Por qué estoy sintiendo esto, justo en este momento?
Fui educada dentro de una disciplina bastante rígida, heredada por mis padres a partir de lo que ellos mismos recibieron en sus casas.
Una crianza marcada por la ignorancia, no por maldad y por una cultura que se ha encargado, generación tras generación, de invalidar lo que sentimos.
Nos han hecho creer que debemos seguir funcionando a pesar de la tristeza, la nostalgia, la angustia, el desamor, el miedo o el enojo y tantas otras emociones que muchas veces ni siquiera sabemos cómo nombrar.
Pero en este proceso de transformación personal, me di cuenta de que todo aquello que no me animé a nombrar empezó a hacerse sentir en mi cuerpo.
Durante muchos años busqué maneras de estar bien.
El bienestar fue siempre mi prioridad.
Puedo decir que, de alguna forma, siempre cuidé de mí.
Sin embargo, las emociones no expresadas, mi dificultad para defender mis ideas o sostener mi postura, permitirme fallar, el haberme casado y convertido en madre tan joven…
todo eso fue dejando huellas en mí.
Hoy creo que el mundo entero está comenzando a comprender la importancia de escuchar nuestras emociones.
La ciencia y la medicina ya lo confirman:
las emociones no atendidas tienen consecuencias.
Pueden llegar a tener efectos devastadores si no aprendemos a detenernos… a sentir.
No somos máquinas. Somos seres sintientes.
Y si no escuchamos nuestras emociones, el precio a pagar puede ser demasiado alto.
Muchas veces, nos resistimos a sentirnos débiles.
Aceptar que no podemos con todo, que el cansancio, la frustración, el enojo y el miedo son parte de la experiencia humana.
Pero reconocer nuestras imperfecciones no nos quita valor; al contrario:
Es el primer paso hacia la sanación.
Es también el primer paso hacia el amor propio,
Porque nos obliga a detenernos, a mirarnos, a preguntarnos por el sentido profundo de nuestra vida.
¿Estamos viviendo… o solo sobreviviendo?
¿Estamos siendo fieles a nuestra esencia… o estamos esforzándonos por encajar, agradar, complacer?
Reconocer que la persona más importante en mi vida soy yo misma fue, para mí, un antes y un después.
Y no desde el ego, sino desde el amor.
Porque cuando estoy sana, cuando estoy bien, soy mejor en todo:
Mejor madre
Mejor hija
Mejor esposa
Mejor amiga
Mejor trabajadora…
Porque como es adentro, es afuera.
Y un interior en equilibrio irradia luz, alegría y amor.
🌿 Pregunta para vos:
¿Hace cuánto no te detenés a escuchar lo que sentís?
Escribilo en tu diario, o contámelo en los comentarios. Estoy leyendo.
Sobre mí
Soy Marisel Zacarías, educadora emocional, mamá, soñadora y guía en procesos de transformación personal.
En este espacio comparto reflexiones reales para conectar, sanar y crecer.
Gracias por estar acá.
Si sentís que este texto puede acompañar a alguien más, compartilo.
Quizás una palabra sincera sea el abrazo que otra persona necesita hoy.
Marisel Zacarias 💛